Cómo sanar el alma espiritualmente – Dos versiones de una misma realidad
El mundo se puede interpretar de dos maneras distintas: la visión de los cazadores y las presas, y la del Paraíso. Estas perspectivas reflejan cómo nuestro cerebro, especialmente el primitivo, procesa la realidad. El cerebro primitivo, que compartimos con otros mamíferos y nuestros antepasados neandertales, está enfocado en la supervivencia física y emocional.
Desde esta perspectiva, el mundo se ve como un lugar peligroso y hostil, donde la amenaza acecha en cada esquina. Este cerebro tiende a creer que la seguridad se logra a través de la defensa activa, como lo demuestra la política de disuasión nuclear, que se basa en la premisa de la «destrucción mutua asegurada». Sin embargo, esta estrategia ha sido cuestionada y debatida en tiempos recientes.
El neocórtex, a menudo llamado el «nuevo cerebro», es una estructura evolutiva más reciente que nos permite percibir el mundo de manera más amplia y compleja. Desde esta perspectiva, vemos un mundo donde derribamos barreras físicas y reducimos el armamento nuclear, donde la cooperación y la paz son valores fundamentales. Además, el neocórtex nos capacita para explorar dimensiones más allá de nuestros cinco sentidos, mediante conceptos como la democracia, la ciencia, el arte y la espiritualidad. También nos ayuda a comprender que la conciencia es algo permanente y no desaparece nunca.
La amígdala pone en marcha el sistema nervioso
A medida que profundizamos en nuestro conocimiento sobre cómo el cerebro interpreta el mundo, comenzamos a comprender mejor la idea de un estado de bienestar o «cielo» al que aspiramos. Este entendimiento nos facilita vislumbrar una salida del sufrimiento, tal como lo describían líderes espirituales como Buda.
Al despojar estas enseñanzas de su connotación religiosa y analizarlas desde la perspectiva de la neurociencia, podemos comenzar a comprender por qué nos resulta tan difícil entregarnos a nuestra supuesta naturaleza superior o divina. A pesar de que nuestro neocórtex nos impulsa hacia la razón, el amor y la expresión artística, seguimos siendo dominados por nuestro cerebro más instintivo.
Nuestro cerebro primitivo se enfoca en acciones básicas para la supervivencia: comer, reproducirse, luchar y huir. En su interior está la amígdala, una estructura en forma de almendra que reacciona rápidamente ante amenazas. La amígdala activa el sistema nervioso simpático, que nos da la energía para enfrentar desafíos y apaga la función cortical superior.
Junto a la amígdala se encuentra el hipocampo, encargado de almacenar recuerdos emocionales y recuperarlos cuando es necesario. Nuestro cerebro asigna significado a estas emociones, convirtiendo un simple «me siento solo» en «¿Por qué mi padre me abandonó?». El hipocampo actúa como un estadio lleno de animadoras que celebran las jugadas de la amígdala, pero sin un público imparcial, solo animadoras ansiosas por algo en qué enfocarse.
Cómo sanar el alma espiritualmente – Cómo determinan las redes neuronales la experiencia de la realidad
Durante la infancia, cada nueva experiencia deja una huella profunda en nuestra mente, moldeando nuestras percepciones y emociones. Los niños viven estas vivencias con una intensidad genuina, estableciendo así los cimientos de su realidad. En esta etapa de desarrollo, nuestras mentes son altamente maleables, como lo expresaban ciertos religiosos, con la frase: «Dame un niño hasta los siete años y te devolveré un hombre».
Hasta esa edad, nuestras vías nerviosas establecen conexiones entre nuevas experiencias y sucesos pasados, iluminando así caminos hacia emociones como el abandono, la falta de respeto o la traición en cuanto algo se asemeja a eventos previos. Este fenómeno demuestra cómo nuestras emociones están arraigadas en las redes neuronales. Ya que generan una percepción que justifica nuestras reacciones emocionales.
Es como la historia de los dos peregrinos que se cruzan en el camino, y el primero le pregunta al segundo qué tipo de personas va a encontrar en el siguiente pueblo. Este, como respuesta, le pregunta cómo era la gente del pueblo que acaba de dejar. ––El lugar estaba lleno de ladrones, y no había un solo hombre honesto. El segundo peregrino le mira y dice: ––Bueno, esa es exactamente la gente que encontrarás en el siguiente pueblo.
Nuestra corteza cerebral o neocórtex
Por supuesto, no todas las primeras experiencias tienen una carga emocional. De hecho, todos los eventos son neutros y somos nosotros quienes les otorgamos una connotación.
Cuando presenciamos el sufrimiento de otras personas, podemos optar por conectarnos con nuestra humanidad y sentir un fuerte deseo de cambiar el mundo. O bien, ante esa misma escena, podemos decir: ¿No ha sido siempre así? La vida apesta.
Y aunque los circuitos del placer y el dolor están disponibles desde el nacimiento, el sistema operativo para experimentar la alegría no se activa completamente hasta que todo el neocórtex está desarrollado. Si pudiéramos entender esto, podríamos disfrutar de una vida auténtica y ver el mundo como algo magnífico en cualquier momento. Lamentablemente, este privilegio debe ser ganado.
Como tutores, conducimos a nuestros alumnos para que se ajusten a las reglas del grupo. Sabemos instintivamente que necesitan el apoyo de otros para sobrevivir. Y que es más probable que lo reciban si no se los percibe como «jugadores» amenazantes. Como aprendices, se les exige adaptar su comportamiento a las expectativas de quienes los rodean. Y el cerebro comienza a podar las vías nerviosas que no son necesarias para prosperar en esa sociedad.
Cómo sanar el alma espiritualmente – Estimular las neuronas con meditación
Un niño de cinco años que aprende de su madre que ella no puede confiar en su padre, desarrollará redes neuronales que respalden la creencia de que no se puede confiar en los hombres.
Debido a este proceso, llamado poda sináptica, la capacidad infantil para experimentar de manera pura y auténtica comienza a disminuir. Entre los siete y los quince años, perdemos el ochenta por ciento de nuestras conexiones sinápticas. Junto con muchas formas alternativas de percibir el mundo y la creatividad asociada.
Cuanto más condicional es el amor que unos tutores o padres sienten por sus alumnos, menos creativas serán sus reacciones en el futuro.
El neocórtex puede comprender los eventos de manera consciente y cambiar los sentimientos que les hemos asignado. Podemos tener una experiencia y decidir no relacionarla con una emoción imprecisa que acaba de surgir. Aunque podamos decir: ¡Oh, aquí estoy de nuevo, enfadándome porque alguien ignora mis necesidades!, este estallido emocional que aparece instantáneamente afectará nuestro razonamiento superior cada vez que se presente una circunstancia similar.
Una manera de activar las neuronas para que formen nuevas conexiones es la meditación, un estado de tranquilidad que nos ayuda a alejarnos del constante parloteo de la mente emocional. Otra opción es practicar las siete virtudes del neocórtex. o siete pecados capitales. A pesar de ello, cambiar nuestros patrones emocionales no es tan sencillo como debería ser.
Cómo sanar el alma espiritualmente –
Dejamos llevar por nuestras emociones tóxicas
Un evento que podría ser percibido de manera positiva puede estar vinculado, en cambio, a la memoria de cuando fuimos lastimados, acusados falsamente o traicionados. La amígdala realiza rápidas conexiones, catalogando un nuevo evento como la amenazante repetición de un antiguo trauma.
Cada vez que experimentamos algo similar a un episodio de abandono, traición o manipulación, la amígdala envía el mensaje: «Sé de qué se trata», activando automáticamente las alarmas y asignando al recuerdo un significado negativo. Y antes de que tengamos la oportunidad de reflexionar sobre ello.
El reflejo consciente es como un pensamiento que llega tarde, un intento de comprender la respuesta inmediata que surge desde las regiones más primitivas de nuestro cerebro. Cada vez que experimentamos ira, dolor, miedo, envidia o tristeza, las antiguas redes neuronales se refuerzan como un camino ya recorrido. Nos volvemos incapaces de ver otras posibilidades y quedamos atrapados en la misma ruta hacia la angustia. El nuevo cerebro, incapaz de influir en nuestra interpretación de las experiencias, cede el control, solo para volver más tarde y tratar de dar sentido a lo ocurrido.
Cuando nos dejamos llevar por nuestras emociones tóxicas, nuestra visión del mundo se ve distorsionada por la sospecha y la desconfianza. El neocórtex, que posee el poder de la lógica y la razón, se ve abrumado por la tarea de procesar los datos emocionales que el cerebro límbico ha enviado a la conciencia. Esta sobrecarga de información consume casi toda su energía en encontrar formas de mitigar el sufrimiento, en lugar de emplearse en actividades creativas o de descubrimiento.